miércoles, 25 de junio de 2014

SAN PEDRO Y SAN PABLO


SAN PEDRO Y SAN PABLO

¿En qué tipo de Dios creemos como CATOLICOS? En Dios que Jesús nos ha presentado, el Dios del Padre amoroso (I Jn 4,8): “Tanto amó Dios al mundo, que entregó a su Hijo único para que todo el que cree en él no muera, sino que tenga Vida eterna. Porque Dios no envió a su Hijo para que el mundo se condene, sino para que el mundo se salve por él. El que cree en él, no es condenado; el que no cree, ya está condenado, porque no ha creído en el nombre del Hijo único de Dios” (Jn 3,16-18). Jesús nos ha dicho: “Yo he bajado del cielo no para hacer mi voluntad sino la voluntad de quien me envió” (Jn 6,38). ¿Cuál es la voluntad del Padre que lo envió?: El Padre me ama porque yo doy mi vida para recobrarla” (Jn 10,17). “Quien quiera ser el primero que se haga el servidor de todos, como el Hijo del hombre, que no vino para ser servido, sino para servir y dar su vida en rescate por una multitud" (Mt 20,28). Para cumplir esta misión, el Hijo instituyó una comunidad llamada Iglesia: Dijo Jesús a Pedro: “Tú eres Pedro, y sobre esta piedra edificaré mi Iglesia, y el poder del infierno no podrá contra ella. Yo te daré las llaves del Reino de los Cielos. Todo lo que ates en la tierra, quedará atado en el cielo, y todo lo que desates en la tierra, quedará desatado en el cielo" (Mt 16,18-19).

Jesús resucitado hizo también como su apóstol a San Pablo: “En el camino y al acercarme a Damasco, hacia el mediodía, una intensa luz que venía del cielo brilló de pronto a mi alrededor. Caí en tierra y oí una voz que me decía: "Saulo, Saulo, ¿por qué me persigues?" Le respondí: "¿Quién eres, Señor?", y la voz me dijo: "Yo soy Jesús de Nazaret, a quien tú persigues". Los que me acompañaban vieron la luz, pero no oyeron la voz del que me hablaba. Yo le pregunté: "¿Qué debo hacer, Señor?" El Señor me dijo: "Levántate y ve a Damasco donde se te dirá lo que debes hacer" (Hch 9,3-6; 22,6-10). Mas luego, mismo San Pablo cuenta sobre la misión encomendada por Jesús resucitado y por ende por la Iglesia: “Porque el Señor que constituyó a Pedro Apóstol de los judíos, me hizo también a mí Apóstol de los paganos. Por eso, Santiago, Cefas y Juan —considerados como columnas de la Iglesia— reconociendo el don que me había sido acordado, nos estrecharon la mano a mí y a Bernabé, en señal de comunión, para que nosotros nos encargáramos de los paganos y ellos de los judíos” (Gal 2,8-9).

1.- Historia de San Pedro: Nace en Betsaida (Jn 1,42-44), situada junto al lago de Galilea. Es hijo de Jonás (Mt 16,17). Vive en Cafarnaún con su suegra (Mc 1,29-31). Es pescador con su hermano Andrés. Ambos son llamados por Jesús cuando comienza a predicar la inminente presencia del Reino de Dios: «Venid en pos de mí y os haré pescadores de hombres» (Mc 1,17). Es el primero que confiesa a Jesús como Mesías (Mc 8,29), perteneciendo a su círculo íntimo con Juan y Santiago. Los tres presencian la transfiguración y están, aunque dormidos, en el huerto de los olivos cuando Jesús sufre una tentación satánica (Mc 9,1; 14,33). Jesús nombra a Pedro el responsable y servidor del grupo de los Doce (Mt 16,13-19). Pedro promete defender a Jesús contra sus enemigos, le sigue en su proceso y niega conocerlo tres veces, incluso jurando (Mc 14,66-72). Pero es capaz de llorar, cuando Jesús le mira con amor a la salida de la casa de Anás (Lc 22,61-62). Arrepentido, le profesa su amor otras tres veces (Jn 21,15-17). Se encuentra con Jesús resucitado y transmite a todos dicha experiencia: «Y tú fortalece a tus hermanos» (Lc 22,32). Transmite la Resurrección con valor en Palestina y más allá de sus fronteras. Es perseguido (Hch 5,41; etc.). Según la tradición, muere en Roma entorno al año 64? ó 67? (Jn 21,18)

 2.- Historia de San Pablo: Nace en Tarso (Hch 9,11; 21,39; 22,3), capital de la provincia romana de Cilicia. Es de raza y religión hebrea, pertenece a la tribu de Benjamín (Rom 11,1; Filp 3,5). Estudia en Jerusalén, discípulo de Gamaliel y de la secta de los fariseos (Hch 22,3; 26,5). Está presente en la lapidación de Esteban (Hch 7,58) y persigue a los cristianos (Hch 22,4). En el camino de Damasco tiene un encuentro con Jesús resucitado (Hch 9,1-9; 22,6-9; 26,13-8; 1Cor 9,1; 15,8), que le transforma interiormente. Visita a Pedro y Santiago en Jerusalén, contrasta su doctrina con ellos y viaja por el Imperio para predicar la fe en Cristo Jesús.  Pablo traslada su defensa radical de la ley judía como fuente de salvación a la pasión, muerte y resurrección de Jesús: es un único acontecimiento, convertido en ley, que hace posible que seamos redimidos. La vida de Pablo termina con su apresamiento en Jerusalén no obstante Santiago le aconsejara una conducta devota y pacífica en su estancia en Jerusalén. No aguantó mucho con esta compostura. Es acusado de criticar a la ley e introducir a paganos en el templo.  Se defiende en el Sanedrín, hace que se peleen fariseos y saduceos. Está dos años en la cárcel en Cesarea Marítima. Por apelar al Cesar, como ciudadano romano, viaja a Roma donde vive durante dos años en régimen de custodia, no en la cárcel. Es ajusticiado entorno al año 64? ó 67?  (Hch 21,27-28,31).

Jesús manda a sus discípulos a predicar y dar la salvación a todos los pueblos  (Mt 28,19), pero no los envía de una forma aislada, sino que con la experiencia de su convivencia y de su resurrección, forman una familia cuya fuente de unión y máxima responsabilidad la tiene Pedro. Es una familia donde algunos cristianos tienen la gracia del gobierno, que presiden y coordinan la caridad de las comunidades cristianas (1Cor 12,28; 1Tes 5,12), y otros obedecen desde su libertad (1Pe 2,13.16; 5,5). El ministerio de Pedro, como el primero del Colegio Apostólico, canaliza e identifica el amor cristiano en cuanto la presencia del Espíritu en la Iglesia.- Pablo instituye la pasión, muerte y resurrección de Jesucristo como la obra divina de la salvación. La muerte de Jesús no es una muerte humillante, sino curativa y salvadora. Porque, si el hombre es incapaz de salvarse por sus fuerzas y por la fuerza de la ley ―en cuanto su yo pueda sustituir a Dios (Rom 5,12-20; 1 Cor 15,45-49)―, Jesucristo crucificado se le presenta como el que revela a Dios (1Cor 1,21-24; Flp 2,611), por eso es el Hijo de Dios (Rom 1,4; Gál 1,16); un Dios que pasa de ser justo a ser justificador, que por amor gratuito salva a los pecadores en su Hijo (Rom 3,21-22; Gál 2,21). De esta forma el servicio de Jesús que le lleva a entregarse hasta muerte en cruz es la nueva forma de relacionarse con Dios (Rom 5,12-20).

SAN PEDRO

La preeminencia de Pedro en el mensaje de Pascua se ratifica por el anuncio del ángel a las mujeres: «... id a decir a sus discípulos y a Pedro que irá delante de ellos a Galilea. Allí lo verán, como les había dicho» (Mc 16,7par; cf. Jn 21,1-2). En Galilea, pues, Pedro experimenta a Jesús resucitado y éste le confirma una primacía que se entronca en las promesas que le había hecho en su ministerio: «Pues yo te digo que tú eres Pedro y sobre esta Piedra construiré mi iglesia, y el imperio de la Muerte no la vencerá» (Mt 16,18), y en las nuevas recomendaciones nacidas del encuentro con el Resucitado: «Pedro [...], apacienta mis corderos [...] apacienta mis ovejas [...] apacienta mis ovejas» (Jn 21,15-17). Este encuentro con el Resucitado le empuja a congregar de nuevo a los discípulos más cercanos y a encabezar la proclamación de la salvación ofrecida por Dios en Jesús, cuya experiencia de creerlo vivo desplaza, en cuanto lo incluye, el mensaje del Reino de Jesús. Entonces la voz común de las comunidades primeras proclama: «Realmente ha resucitado el Señor y se ha aparecido a Simón» (Lc 24,34).

Pedro y los Once, incorporado Matías (Hech 1,15-26), forman el núcleo histórico sobre el que recae la proclamación de la resurrección, y se constituyen en los protagonistas de la rápida difusión de la noticia y de la experiencia. Que Pedro contagie la visión a los demás discípulos (Lc 22,31-32), o que Jesús se deje ver a todos, es decir, a los Once (Mc 16,14par), a los quinientos (1Cor 15,6), a María Magdalena (Jn 20,11-18) y a las mujeres (Mc 16,1par), como se afirma en las tradiciones o elaboraciones redaccionales, queda en segundo término. Lo que está en juego en estas noticias son dos cosas fundamentales: La inesperada acción de Dios en Jesús y la autoridad con la que reviste la comunidad a los que se les aparece Jesús y se convierten en creyentes de dicho acontecimiento divino. No existe interés alguno, quizás porque no se pueda y no se sepa, por explicar la experiencia y el encuentro con el Resucitado y su condición como Resucitado.

Así, pues, ni Pedro ni los demás discípulos comunican su experiencia personalmente, aunque no debe estar muy lejos ni ser muy diferente a la que escribe Pablo de la suya: «... cuando el que me apartó desde el vientre materno y me llamó por puro favor tuvo a bien revelarme a su Hijo para que yo lo anunciara...» (Gál 1,15-16). La diferencia que existe entre Pablo y los demás creyentes que se encuentran con Jesús resucitado es que Pablo se ve obligado a decirlo para justificar su misión, que no es el caso de los discípulos. Éstos de una forma sencilla y escueta expresan el acontecimiento de la resurrección en los primeros momentos y la divulgan por medio de las confesiones de fe ampliadas en los himnos cristológicos y, más tarde, por las narraciones sobre la tumba vacía y las apariciones que justifican la afirmación breve de que Jesús vive. Exponiéndolas podemos acercarnos un poco más a la naturaleza del suceso de la resurrección y a la experiencia del encuentro con el Resucitado.

EL TESTIMONIO DE SAN PABLO

Pablo nombra a Pedro y a los Doce, después a Santiago y a los Apóstoles en la tradición que cita en Corintios (15,3-5). Estas parejas de nombramientos deslindan a los que acompañaron a Jesús en su ministerio y a los que se integraron a la fe después de Pascua, pero todos ellos quedan legitimados para la misión de anunciar la vida de Jesús y su función salvadora por la resurrección. Pablo y Bernabé extienden el mensaje entre los gentiles, Pedro y los demás entre los judíos (Gál 2,7.9). Esta división artificial, que más mira a la progresiva liberación de las tradiciones judías para los paganos que abrazan la fe, se concreta en el futuro con la primacía de Santiago en la comunidad de Jerusalén (Gál 2,1-10; Hech 21,17-18) y la de Pedro, poco a poco para todos, judíos y gentiles(75). De esta forma Pedro sigue siendo el primero de las listas que legitiman el anuncio de Jesucristo y se incorpora en la confesión de fe cristiana: «... resucitó al tercer día según las Escrituras y se apareció a Cefas» (1Cor 15,4-5).
La Resurrección de Jesús según San Pablo

Pablo es el único testigo de la resurrección que escribe sobre ella. Ha oído de Jesús por sus discípulos según la perspectiva humana: «... y si un tiempo consideramos a Cristo con criterios humanos, ahora ya no lo hacemos» (2Cor 5,16); sin embargo presume de que él también lo ha escuchado y visto y entendido en la nueva situación de resucitado de entre los muertos, porque «por último se me apareció a mí, que soy como un aborto» (1Cor 15,8; cf. 9,1). Debemos concretar las circunstancias por las que Pablo narra la experiencia del Resucitado. Éstas son fruto de la necesidad de justificar su misión entre los paganos, puesta en duda en determinados momentos por algunas comunidades cristianas. La narración no busca una descripción y análisis de la identidad del nuevo Jesús resucitado o del hecho y circunstancias de la resurrección, sino argüir la legitimidad de su espacio evangelizador. En consecuencia, la exposición es parcial al no referirse a Jesús, sino a los efectos que se derivan para su vida. Además la cuenta a unos veinte años de haber sucedido dicho acontecimiento y distinguiéndola muy cuidadosamente de las visiones y revelaciones que tiene a lo largo de su ministerio (2Cor 11,21; 12,11).

1. Pablo escribe que ha habido un cambio radical en su vida: «Habéis oído hablar de mi conducta precedente en el judaísmo: violentamente perseguía a la iglesia de Dios intentando destruirla [...] Las iglesias cristianas de Judea no me conocían personalmente; sólo habían oído contar: el que antes nos perseguía ahora anuncia la buena noticia de la fe que entonces intentaba destruir» (Gál 1,13.22-23). El cambio se debe a una elección al estilo de Jeremías (Jer 1,5) o del Segundo Isaías (Is 49,1.5-6) y a una revelación de Dios: «Pero, cuando el que me apartó desde el vientre materno y me llamó por puro favor tuvo a bien revelarme a su Hijo para que yo lo anunciara a los paganos» (Gál 1,15-16). La aparición del Resucitado camino de Damasco (Hch 9,4-5) la entiende como una elección y revelación de Dios, que le disloca de sus criterios anteriores judíos en el ámbito doctrinal, espiritual y jurídico. De un fariseísmo radical pasa a la defensa de Cristo que le conduce a centrar su vida en los «desconocidos» de Dios, como son los paganos.

Algunos judíos convertidos quieren imponer la circuncisión a los paganos como requisito para pertenecer a la comunidad cristiana, ya que la circuncisión certifica la elección y alianza del Sinaí y la participación en el culto. Pablo reacciona contra los judaizantes de Filipos con malas formas como contra los de Galacia (5,12): «Pero esos que os soliviantan que se mutilen del todo», «¡Cuidado con los perros, cuidado con los chapuceros, cuidado con los mutilados!» (Flp 3,2). Y de nuevo, en un versículo antológico, resume su profunda convicción de que la fe que actúa en la caridad (Gál 5,6), la fe en Cristo, y no las obras que obedecen a la ley, es la que salva, doctrina expuesta con amplitud en las cartas a los Gálatas y Romanos: «No contando con una justicia mía basada en la ley, sino en la fe en Cristo, la justicia que Dios concede al que cree» (Flp 3,9). Pues bien, su cambio radical, tanto vital como doctrinal, se debe al encuentro con el Resucitado. De nuevo nada dice del acontecimiento objetivo de la resurrección, ni siquiera de su experiencia íntima con el consiguiente movimiento de sentimientos y afectos, sino el porqué de su transformación personal que apoya en estas afirmaciones básicas: conocimiento íntimo de Jesús, que llega por medio de su unión a su pasión y muerte, y la eficacia de la resurrección para alcanzar su resurrección personal: «¡Oh!, conocerle a él y el poder de su resurrección y la participación en sus sufrimientos; configurarme con su muerte para ver si alcanzo la resurrección de la muerte» (Flp 3,10-11). La consecuencia del encuentro personal con Cristo es lo que le aparta de los criterios de vida fariseos: «Pero lo que para mí era ganancia lo consideré, por Cristo, pérdida. Más aún, todo lo considero pérdida comparado con el superior conocimiento de Cristo Jesús, mi Señor; por el cual doy todo por perdido y lo considero basura con tal de ganarme a Cristo y estar unido a él» (Flp 3,7-9).

Ahora bien, la experiencia personal de Pablo es real (Gál 1,16), pero no pública en el sentido de que puedan participar otras personas (Hch 9,7). La experiencia le hace creer en Jesús resucitado como Cristo, Mesías, y le conduce a un acontecimiento que va más allá de lo que implica la experiencia individual: le introduce en una nueva vida que refleja una nueva era de las relaciones de Dios con el mundo para bien de éste. Entonces Pablo se pone a disposición de Dios (1Cor 3,9) para transformar el mundo (Rom 8,19). La experiencia, aunque sea objetiva, —proviene de fuera de Pablo—, no es objetivable, es decir, no se puede entender con las solas fuerzas de la razón, ya que pertenece al ámbito de la fe; ante lo cual, como acto de Dios, sólo se puede obedecer (1Cor 3,9).

2. Sabemos, pues, que la resurrección transforma a Pablo radicalmente, de forma que hay una alteración sustancial en su doctrina, en sus actitudes, en su función con respecto a la Iglesia. Pero observamos, además, que recurre a su encuentro con el Señor para fundamentar su misión apostólica. Al invocar su calidad de apóstol, apela a dicha experiencia y ofrece tangencialmente algunos rasgos de ella: «Pero ¿no soy libre?, ¿no soy apóstol?, ¿no he visto a Jesús Señor nuestro?, ¿no sois vosotros mi tarea al servicio del Señor? Si para otros no soy apóstol, para vosotros lo soy. El sello de mi apostolado para el Señor sois vosotros» (1Cor 9,1-2; cf. 15,8-10). Pablo alude al sentido de la vista con el uso del verbo ver para explicar la revelación que ha tenido. Las apariciones serán el medio que Jesús usa para mostrarse a los discípulos, igual que en el AT el Señor se deja ver, se muestra en las revelaciones a Jacob (Gén 31,13), Moisés (Éx 25,8), Gedeón (Jue 6,26), etc. No es que le hayan visto, sino que se ha puesto al alcance del horizonte de la percepción humana. De esta forma se excluye toda posible creación subjetiva en el que percibe la visión o recibe la revelación. Es lo que da a entender Pablo.

El que Pablo haya visto al Señor tiene una finalidad. No se trata de una exhibición del triunfo de Dios en Jesús sobre sus enemigos, o una gracia para su crecimiento espiritual. «Ver al Señor» fundamenta la justificación y prueba de su apostolicidad, aunque no pertenezca, junto a Bernabé, al grupo reducido de los Doce, que convivieron con Jesús, fueron testigos de la resurrección y la comunidad primitiva los integra en los llamados apóstoles.

3. Pablo, por último, enseña en su misión la doctrina de la resurrección que coincide con la fe de las comunidades cristianas. Él ofrece una antigua tradición en la que se difunden las claves fundamentales de la resurrección elaborada y fijada por los cristianos. El texto se entronca en una afirmación más amplia: Pablo fundamenta también el Evangelio que enseña en una tradición que recibe (1Cor 11,23). La fórmula que transmite sobre la resurrección la conoce seguramente en Damasco o Jerusalén. Después del encuentro con el Señor, «pasados tres años, subí a Jerusalén para conocer a Cefas y me quedé quince días con él. De los otros apóstoles no vi más que a Santiago, el pariente del Señor» (Gál 1,18-19). Poco después escribe que conoce a Juan (2,9), además de otros cristianos relevantes, como Bernabé y Marcos. Estamos en torno a los años 34-37 d.C. Pablo no deja de visitar o relacionarse con los primeros testigos de la resurrección de la comunidad de Jerusalén.

Todo ello lleva a la convicción de que la experiencia de Pablo está en sintonía con las apariciones y doctrina de la resurrección de la primera comunidad de Jerusalén: «Lo mismo yo que ellos, esto es lo que proclamamos y lo que habéis creído» (1Cor 15,11). No es, pues, ningún invento o elaboración personal ni el evangelio que predica ni la resurrección en la que cree. Como introducción a la resurrección de los cristianos, que se funda en la de Jesús (1Cor 15,1-34), y a la descripción de la forma de la resurrección (15,35-53), escribe: «Ante todo, yo os transmití lo que había recibido: que Cristo murió por nuestros pecados según las Escrituras, que fue sepultado y resucitó al tercer día según las Escrituras, que se apareció a Cefas y después a los Doce» (15,3-5).

Lo primero que se deduce es que el anuncio que hace está en el límite de los sucesos históricos, aunque sea una fórmula muy elaborada y extendida en casi todas las comunidades. La fórmula contiene tres hechos: la muerte, la resurrección y la aparición; a lo que se une su sentido con tres fórmulas que lo interpretan: por nuestros pecados, según las Escrituras y al tercer día. Los cristianos identifican a Jesús crucificado y resucitado con Cristo, el Mesías esperado por Israel; es una identidad que las comunidades acuñan muy pronto en contra del judaísmo tradicional, e inmediatamente realizan una reducción cristológica de todos los acontecimientos salvadores hechos o prometidos por Dios. Por eso no se realza la figura histórica de Jesús, sino la función que entraña desde la perspectiva divina. Así él «murió por nuestros pecados según las Escrituras», es decir, en lugar de los pecados humanos que hubieran merecido la muerte de los pecadores. Su muerte, por consiguiente, sustituye a la de los hombres. Lo observamos con relación a la Última Cena. En ella se afirma el carácter salvador de la muerte de Cristo en beneficio de los hombres, como Pablo lo destaca en la frase pronunciada sobre el pan: «Esto es mi cuerpo que se entrega por vosotros» (1Cor 11,24) y Marcos sobre el vino: «Ésta es la sangre mía de la alianza, que se derrama por todos» (Mc 14,24). La entrega de Jesús hasta la muerte se hace en el contexto de su pasión y según la voluntad de Dios para beneficio de todos. Quedan, pues, en penumbra las causas históricas de la muerte y las que mediaron para llevar a Jesús a la cruz, ciertamente pecaminosas.

La sepultura se trae a colación por su importancia para la comunidad de Jerusalén, que es la que verdaderamente puede venerarla al estilo de la costumbre y piedad judía. Sin embargo, para Pablo no es una cuestión histórica, sino teológica, como es el enfoque de todo el párrafo. Pablo relaciona la vida cristiana con Cristo: «... en ser sepultados con él en el bautismo y en resucitar con él por la fe en el poder de Dios, que lo resucitó a él de la muerte» (Col 2,12). El bautismo manifiesta la sepultura de los cristianos a los pecados como la sepultura de Cristo; la resurrección a una vida nueva es la que Dios concede a Jesús: «¿No sabéis que cuantos nos bautizamos consagrándonos al Mesías Jesús nos sumergimos en su muerte? Por el bautismo nos sepultamos con él en la muerte, para vivir una vida nueva, lo mismo que Cristo resucitó de la muerte por la acción gloriosa del Padre» (Rm 6,3-4).

La tercera afirmación refiere que «resucitó al tercer día según las Escrituras». La noticia se relaciona con el relato de Mc 16,1-8, cuando las mujeres van al lugar de la sepultura el primer día de la semana. Allí se encuentran la piedra corrida y al ángel que les comunica la noticia de la resurrección. Corresponde al tercer día después de su muerte en la cruz, suponiendo que es el domingo cuando Dios actúa, pues no se sabe con exactitud el momento de la resurrección. No hay testigos ni noticia alguna al respecto. Marcos lo repite varias veces, pero Pablo no se hace eco en sus escritos del párrafo evangélico. Con todo, la coletilla «según las Escrituras» puede referirse a que los acontecimientos de la pasión, muerte y resurrección están bajo la voluntad divina y obedecen a un plan trazado por Dios para salvar al hombre. «Al tercer día» puede ser una cuestión teológica como es la opinión que entraña la tradición que refleja el escrito de Pablo significando una actuación pronta y eficaz de Dios sobre el cadáver. El sentido común dicta que simboliza un tiempo relativamente corto, o breve, o pequeño, el que tarda en comenzar a descomponerse el cuerpo y, por consiguiente, aún permanece «vivo» el rostro del difunto.

Por último, la tradición que recoge Pablo avala que Jesús se aparece o se impone como una realidad evidente a una serie de creyentes, manteniendo un orden jerárquico vivido y respetado en Jerusalén. Se excluye a las mujeres, tan presentes en los evangelios. Estas apariciones las confirman los discursos de Pedro que escribe Lucas: «Nosotros somos testigos de todo lo que hizo en Judea y Jerusalén. Le dieron muerte colgándolo de un madero. Pero Dios lo resucitó al tercer día e hizo que se apareciese, no a todo el pueblo, sino a los testigos designados de antemano por Dios: a nosotros que comimos y bebimos con él después de resucitar de la muerte» (Hch 10,40-41). Los testigos son el mismo Pedro, los Doce, el grupo más próximo a Jesús en su ministerio en Palestina y cuya presencia va desapareciendo en el NT. Los quinientos hermanos es un número grande para esta experiencia singular. Pero Pablo garantiza el dato de que algunos han muerto ya y otros están vivos, los cuales lo pueden confirmar en el tiempo que escribe la carta. Llama la atención la aparición a Santiago, el hermano del Señor, presentado como testigo del núcleo central de la fe cristiana y valedor de la vida y mensaje de Jesús. Decimos esto porque en la vida de Jesús se sabe de cierto rechazo de su familia (Mc 3,21; Jn 7,5). Lo cierto es que Santiago se convierte en uno de los pilares de la comunidad de Jerusalén junto a Pedro y Juan (Gál 2,9), aunque no se le nombre en el grupo privilegiado de los Doce y de los apóstoles. Entre los apóstoles se encuentra Pablo; es el «último» como testigo de la resurrección, pero autorizado para proclamar la buena nueva y fundar comunidades; ciertamente distinto a los Doce porque Pablo ha sido llamado por Jesús resucitado: “Les he transmitido en primer lugar, lo que yo mismo recibí: Cristo murió por nuestros pecados, conforme a la Escritura. Fue sepultado y resucitó al tercer día, de acuerdo con la Escritura. Se apareció a Pedro y después a los doce. Luego se apareció a más de quinientos hermanos al mismo tiempo, la mayor parte de los cuales vive aún, y algunos han muerto. Además, se apareció a Santiago y a todos los Apóstoles. Por último, se me apareció también a mí, que soy como el fruto de un aborto. Porque yo soy el último de los Apóstoles, y ni siquiera merezco ser llamado Apóstol, ya que he perseguido a la Iglesia de Dios. Pero por la gracia de Dios soy lo que soy, y su gracia no fue estéril en mí, sino que yo he trabajado más que todos ellos, aunque no he sido yo, sino la gracia de Dios que está conmigo. En resumen, tanto ellos como yo, predicamos lo mismo, y esto es lo que ustedes han creído” (1 Cor 15,3-11): Isaías 53, 5-12; Oseas 6, 2;  Salmo 16, 10;  Lucas 24, 46; 24, 34; Mateo 28, 16-17; Marcos 16, 14  Lucas 24, 36;  Juan 20, 19; Hechos 8, 3; 9, 3-6; 22, 4-5; 22, 6-8; 26, 9-11; 26, 13-18  1 Cor 15, 9;  Gálatas 1, 13; 1, 16 Filipenses 3, 6;  1 Timoteo 1, 13; Hechos 8, 3;  Hechos 9, 3-6; 22, 4-5; 22, 6-8; 26, 9-11; 26, 13-18;  1 Corintios 15, 8; Gálatas 1, 13. 16;  Filipenses 3, 6; 1 Timoteo 1, 13.

jueves, 17 de octubre de 2013

Simplicidad del Papa Francisco

El Papa Francisco responde a 20 preguntas de máxima actualidad en el vuelvo Río-Roma
 Fuente: www.elmundo.es
 “Si una persona es gay y busca al Señor y tiene buena voluntad, ¿quién soy yo para criticarlo?”. Palabra de Francisco, quien ayer dejó con la boca abierta a los 71 periodistas que viajábamos con él en el avión que le llevó de vuelta a Roma al concluir su viaje a Río de Janeiro.
Fue una auténtica sorpresa descubrir un Papa que predica que hay que “integrar a los gays en la sociedad”, que no tiene problemas en hablar sobre el supuesto ‘lobby gay’ de El Vaticano, que confiesa que echa de menos salir a pasear por las calles de Roma, que reconoce que no sabe qué va a hacer con el Banco vaticano, que admite que en la Curia hay algunos sacerdotes que “no son santos” y que tienen un comportamiento “escandaloso”, que hace chistes, que pone sobre la mesa sus sentimientos, que dice que si en Brasil no ha hablado del aborto y de los matrimonios entre personas del mismo sexo es porque, total, ya se conoce cuál es la postura de la Iglesia al respecto y prefiere centrarse en aspectos positivos…

El ‘milagro’ ocurrió la pasada noche, durante el vuelo que llevó a Francisco de regreso a Roma. Sólo una hora después de que el avión despegara, cuando nos encontrábamos a unos 7.000 pies de altura, el Pontifice compareció ante los 71 periodistas que le acompañábamos en el vuelo papal. Y durante una hora y veinte minutos estuvo respondiendo a las preguntas que se le hicieron. Sin censuras previas: se le podía preguntar absolutamente sobre cualquier tema. Y, de hecho, le fueron planteadas cuestiones incómodas, peliagudas. Francisco respondió a absolutamente todas las preguntas, de manera directa, sin escaquearse y sin perder en ningún momento la sonrisa.

Ni siquiera cuando fue preguntado por el supuesto ‘lobby gay’ de El Vaticano y por monseñor Ricca, el hombre a quien recientemente ha nombrado prelado del Banco Vaticano (el famoso IOR) y que ahora se ha visto sacudido por escándalos homosexuales. “Con respecto a monseñor Ricca, he hecho lo que el derecho canónico manda hacer, que es la investigación previa. Y no hemos encontrado nada”, decía Francisco. Pero el Papa (¡el Papa!) también dejó caer que, aunque fueran ciertas las acusaciones que salpican a Ricca, estaría dispuesto a perdonarle. “Tantas veces en la Iglesia, con relación a este caso y a otros casos, se va a buscar los pecados de juventud y se publican. Y hablo de pecados, no de delitos como los abusos de menores. Pero si una persona -laica, cura, o monja- comete un pecado y luego se arrepiente, el Señor la perdona. Y cuando el Señor perdona, olvida”.

Por si no fuera suficiente, Francisco destacó que el problema no es ser gay, sino formar parte de un lobby. “Se escribe mucho del lobby gay. Todavía no me he encontrado con ninguno que me dé el carné de identidad en El Vaticano donde lo diga. Dicen que los hay. Cuando uno se encuentra con una persona así, debe distinguir entre el hecho de ser gay del hecho de hacer lobby, porque ningún lobby es bueno”.

Francisco aseguró que en la Curia hay “santos”, gente que reza, que trabaja mucho y que también va al encuentro de los pobres, muchas veces a escondidas. Pero también reconoció que hay manzanas podridas. “Hay santos en la Curia. Aunque también hay alguno que no es tan santo. Y esos son los que hacen más ruido. Ya sabéis que hace más ruido un árbol que cae que un bosque que crece. Y me duelen esas cosas. Hay algunos que dan escándalo, tenemos este monseñor en prisión, creo que aún sigue en prisión, y no ha ido a la cárcel porque se pareciera precisamente a la beata Imelda… No era un santo. Son escándalos y hacen daño”, aseguraba en relación a monseñor Scarano, acusado de tratar de introducir ilegalmente en Italia 20 millones de euros en un avión privado procedente de Suiza.

Sobre si está encontrando resistencias internas a las reformas que se propone llevar a cabo, Francico puso cara de póquer. “Si hay resistencia por ahora, yo no la he visto”, soltó.

Le preguntamos también si se asustó cuando leyó el informe sobre el Vatileaks, la fuga masiva de documentos reservados por la que fue condenado el mayordomo de Benedicto XVI. El informe, según se cuenta, revelaría el profundo estado de corrupción que afecta a la Curia. “No, no me he asustado. Es un problema grande, pero no me he asustado”, señalaba. “Les voy a contar una anécdota sobre el informe Vatileaks. Cuando fui a ver al Papa Benedicto, después de rezar en la capilla nos reunimos en el estudio y había una caja grande y un sobre. Benedicto me dijo: en esta caja grande están todas las declaraciones que han prestado los testigos. Y el resumen y las conclusiones finales están en este sobre. Y aquí se dice tal tal tal… Lo tenía todo en la cabeza”.

Por supuesto, los escándalos que sacuden al Banco Vaticano y la posibilidad de que Francico decida echarle el cierre también salieron a relucir. El Papa confesó que en principio pensaba ocuparse de los problemas económicos del Vaticano hasta el año que viene. “Sin embargo, la agenda cambió debido a unas circunstancias que ustedes conocen, que son de dominio público, aparecieron problemas y había que enfrentarlos”, aseguraba en relación a los últimos escándalos. Y admitió no saber qué acabará haciendo con el IOR, el banco de la Santa Sede. “Algunos dicen que tal vez es mejor que sea un banco, otro que es mejor que sea un fondo de ayuda, otros dicen que hay que cerrarlo. Se escuchan estas voces. Yo no sé, me fío del trabajo de las personas del IOR, que están trabajando con esto”, destacó. “No sé decirle cómo terminará esta historia. Esto es también hermoso. Se busca, se encuentra. Somos humanos”. Pero dejó claro que, pase lo que pase con el IOR, sus características deben ser “transparencia y honestidad“.

Fueron tantos los temas que se abordaron… Francisco respondió en total a 20 preguntas, sobre las cuestiones más distintas. Una periodista brasileña le preguntó por ejemplo como es que, a pesar de que en Brasil se ha aprobado una ley que amplía el derecho al aborto y otra que contempla los matrimonios entre personas del mismo sexo, no había hablado de estas cuestiones durante su viaje a Río de Janeiro. “La Iglesia se ha expresado ya perfectamente sobre eso, no era necesario volver sobre ello, como tampoco hablé sobre la estafa, la mentira u otras cosas sobre las cuales la Iglesia tiene una doctrina clara. No era necesario hablar de eso, sino de las cosas positivas que abren camino a los chicos. Además, lo sjóvenes saben perfectamente cuál es la postura de la Iglesia“, sentenció Francisco.

Otro periodista le preguntó sobre su relación con Benedicto XVI: “Es como tener al abuelo en casa, pero el abuelo sabio. En una familia el abuelo está en casa, es venerado, es amado, es escuchado. Él es un hombre de una prudencia… No se mete”.

Se reafirmó en su empeñó en no llevarse a Río el papamóvil blindado. “La seguridad es confiar en un pueblo”, subrayó. “Hacer un espacio blindado entre el obispo y el pueblo es una locura. Prefiero esta locura, fuera, tener el riesgo de la otra locura, la locura fuera. La cercanía nos hace bien a todos”, destacó.

Insistió en sus mensajes de austeridad y de normalidad. Pero con su humildad habitual, sin pretender imponer a los demás su forma de vida. “Cada uno debe vivir como el Señor le pide que viva”, subrayó. Aunque reconoció que “una austeridad general es necesaria para todos los que trabajamos en el servicio de la Iglesia”.

Se mostró sorprendido cuando le comentamos que había dado la vuelta al mundo su imagen subiendo al avión y llevando en la mano un maletín negro. “¿Qué llevaba dentro?”, le preguntamos. “No había dentro la llave de la bomba atómica. Llevaba el maletín porque siempre lo he hecho. Cuando viajo lo llevo. Dentro llevo la cuchilla de afeitar, el breviario, la agenda, un libro para leer”, indicó. “Debemos habituarnos a ser normales. La normalidad de la vida”.
 Dijo que se siente feliz siendo Papa. “Cuando el Señor te pone ahí, si tú haces lo que el Señor te pide, eres feliz”, reveló. Y aseguró que si pide insistentemente a la gente que rece por él es porque considera que lo necesita. “Yo me siento de verdad con tantos límites, con tantos problemas, también pecador. Vosotros lo sabéis”.
 Sobre la posibilidad de que las mujeres sean ordenadas sacerdotes fue categórico: “Esa puerta está cerrada”. Pero, a cambio, aseguró que “la Iglesia es femenina” e instó a que las mujeres ocupen espacios más allá de sus roles habituales.
 Y explicó el porqué de sentirse enjaulado… “¿Usted sabe la de veces que he tenido ganas de pasear por las calles de Roma?”, señaló. “Porque a mí me gusta andar por las calles, me gustaba tanto y en ese sentido me siento un poco enjaulado. Pero debo decir que los de la Gendarmería vaticana son buenos, son realmente buenos y yo les estoy agradecido. Ahora me dejan hacer algunas cuantas cosas más, pero es su deber garantizar la seguridad. Enjaulado en ese sentido, de que me gusta andar por la calle, pero entiendo que no es posible, lo entiendo. Lo dije en ese sentido. Porque, como decimos en Buenos Aires, yo era un sacerdote callejero”.