SAN PEDRO Y SAN PABLO
¿En qué tipo de Dios creemos como CATOLICOS? En Dios que Jesús
nos ha presentado, el Dios del Padre amoroso (I Jn 4,8): “Tanto amó Dios al
mundo, que entregó a su Hijo único para que todo el que cree en él no muera, sino
que tenga Vida eterna. Porque Dios no envió a su Hijo para que el mundo se
condene, sino para que el mundo se salve por él. El que cree en él, no es
condenado; el que no cree, ya está condenado, porque no ha creído en el nombre
del Hijo único de Dios” (Jn 3,16-18). Jesús nos ha dicho: “Yo he bajado del
cielo no para hacer mi voluntad sino la voluntad de quien me envió” (Jn 6,38). ¿Cuál
es la voluntad del Padre que lo envió?: El Padre me ama porque yo doy mi vida para
recobrarla” (Jn 10,17). “Quien quiera ser el primero que se haga el servidor de
todos, como el Hijo del hombre, que no vino para ser servido, sino para servir
y dar su vida en rescate por una multitud" (Mt 20,28). Para cumplir esta misión,
el Hijo instituyó una comunidad llamada Iglesia: Dijo Jesús a Pedro: “Tú eres
Pedro, y sobre esta piedra edificaré mi Iglesia, y el poder del infierno no
podrá contra ella. Yo te daré las llaves del Reino de los Cielos. Todo lo que
ates en la tierra, quedará atado en el cielo, y todo lo que desates en la
tierra, quedará desatado en el cielo" (Mt 16,18-19).
Jesús resucitado hizo también como su apóstol a San Pablo: “En
el camino y al acercarme a Damasco, hacia el mediodía, una intensa luz que
venía del cielo brilló de pronto a mi alrededor. Caí en tierra y oí una voz que
me decía: "Saulo, Saulo, ¿por qué me persigues?" Le respondí:
"¿Quién eres, Señor?", y la voz me dijo: "Yo soy Jesús de
Nazaret, a quien tú persigues". Los que me acompañaban vieron la luz, pero
no oyeron la voz del que me hablaba. Yo le pregunté: "¿Qué debo hacer,
Señor?" El Señor me dijo: "Levántate y ve a Damasco donde se te dirá
lo que debes hacer" (Hch 9,3-6; 22,6-10). Mas luego, mismo San Pablo
cuenta sobre la misión encomendada por Jesús resucitado y por ende por la
Iglesia: “Porque el Señor que constituyó a Pedro Apóstol de los judíos, me hizo
también a mí Apóstol de los paganos. Por eso, Santiago, Cefas y Juan
—considerados como columnas de la Iglesia— reconociendo el don que me había
sido acordado, nos estrecharon la mano a mí y a Bernabé, en señal de comunión,
para que nosotros nos encargáramos de los paganos y ellos de los judíos” (Gal
2,8-9).
1.- Historia de San
Pedro: Nace en Betsaida (Jn 1,42-44), situada junto al lago de Galilea. Es hijo
de Jonás (Mt 16,17). Vive en Cafarnaún con su suegra (Mc 1,29-31). Es pescador
con su hermano Andrés. Ambos son llamados por Jesús cuando comienza a predicar
la inminente presencia del Reino de Dios: «Venid en pos de mí y os haré
pescadores de hombres» (Mc 1,17). Es el primero que confiesa a Jesús como
Mesías (Mc 8,29), perteneciendo a su círculo íntimo con Juan y Santiago. Los
tres presencian la transfiguración y están, aunque dormidos, en el huerto de
los olivos cuando Jesús sufre una tentación satánica (Mc 9,1; 14,33). Jesús
nombra a Pedro el responsable y servidor del grupo de los Doce (Mt
16,13-19). Pedro promete defender a Jesús contra sus enemigos, le sigue en su
proceso y niega conocerlo tres veces, incluso jurando (Mc 14,66-72). Pero es
capaz de llorar, cuando Jesús le mira con amor a la salida de la casa de Anás (Lc
22,61-62). Arrepentido, le profesa su amor otras tres veces (Jn 21,15-17). Se
encuentra con Jesús resucitado y transmite a todos dicha experiencia: «Y tú fortalece a tus hermanos» (Lc 22,32). Transmite la Resurrección con valor en
Palestina y más allá de sus fronteras. Es perseguido (Hch 5,41; etc.). Según la
tradición, muere en Roma entorno al año 64? ó 67? (Jn 21,18)
Jesús manda a sus discípulos a predicar y dar la salvación a
todos los pueblos (Mt 28,19), pero no
los envía de una forma aislada, sino que con la experiencia de su convivencia y
de su resurrección, forman una familia cuya fuente de unión y máxima
responsabilidad la tiene Pedro. Es una familia donde algunos cristianos tienen
la gracia del gobierno, que presiden y coordinan la caridad de las comunidades
cristianas (1Cor 12,28; 1Tes 5,12), y otros obedecen desde su libertad (1Pe
2,13.16; 5,5). El ministerio de Pedro, como el primero del Colegio Apostólico,
canaliza e identifica el amor cristiano en cuanto la presencia del Espíritu en
la Iglesia.- Pablo instituye la pasión, muerte y resurrección de Jesucristo
como la obra divina de la salvación. La muerte de Jesús no es una muerte
humillante, sino curativa y salvadora. Porque, si el hombre es incapaz de
salvarse por sus fuerzas y por la fuerza de la ley ―en cuanto su yo pueda
sustituir a Dios (Rom 5,12-20; 1 Cor 15,45-49)―, Jesucristo crucificado se le
presenta como el que revela a Dios (1Cor 1,21-24; Flp 2,611), por eso es el
Hijo de Dios (Rom 1,4; Gál 1,16); un Dios que pasa de ser justo a ser
justificador, que por amor gratuito salva a los pecadores en su Hijo (Rom
3,21-22; Gál 2,21). De esta forma el servicio de Jesús que le lleva a
entregarse hasta muerte en cruz es la nueva forma de relacionarse con Dios (Rom
5,12-20).
SAN PEDRO
La preeminencia de Pedro en el mensaje de Pascua se ratifica
por el anuncio del ángel a las mujeres: «... id a decir a sus discípulos y a
Pedro que irá delante de ellos a Galilea. Allí lo verán, como les había dicho»
(Mc 16,7par; cf. Jn 21,1-2). En Galilea, pues, Pedro experimenta a Jesús
resucitado y éste le confirma una primacía que se entronca en las promesas que
le había hecho en su ministerio: «Pues yo te digo que tú eres Pedro y sobre
esta Piedra construiré mi iglesia, y el imperio de la Muerte no la vencerá» (Mt
16,18), y en las nuevas recomendaciones nacidas del encuentro con el
Resucitado: «Pedro [...], apacienta mis corderos [...] apacienta mis ovejas
[...] apacienta mis ovejas» (Jn 21,15-17). Este encuentro con el Resucitado le
empuja a congregar de nuevo a los discípulos más cercanos y a encabezar la
proclamación de la salvación ofrecida por Dios en Jesús, cuya experiencia de
creerlo vivo desplaza, en cuanto lo incluye, el mensaje del Reino de Jesús.
Entonces la voz común de las comunidades primeras proclama: «Realmente ha
resucitado el Señor y se ha aparecido a Simón» (Lc 24,34).
Pedro y los Once, incorporado Matías (Hech 1,15-26), forman
el núcleo histórico sobre el que recae la proclamación de la resurrección, y se
constituyen en los protagonistas de la rápida difusión de la noticia y de la
experiencia. Que Pedro contagie la visión a los demás discípulos (Lc 22,31-32),
o que Jesús se deje ver a todos, es decir, a los Once (Mc 16,14par), a los
quinientos (1Cor 15,6), a María Magdalena (Jn 20,11-18) y a las mujeres (Mc
16,1par), como se afirma en las tradiciones o elaboraciones redaccionales,
queda en segundo término. Lo que está en juego en estas noticias son dos cosas
fundamentales: La inesperada acción de Dios en Jesús y la autoridad con la que
reviste la comunidad a los que se les aparece Jesús y se convierten en
creyentes de dicho acontecimiento divino. No existe interés alguno, quizás
porque no se pueda y no se sepa, por explicar la experiencia y el encuentro con
el Resucitado y su condición como Resucitado.
Así, pues, ni Pedro ni los demás discípulos comunican su
experiencia personalmente, aunque no debe estar muy lejos ni ser muy diferente
a la que escribe Pablo de la suya: «... cuando el que me apartó desde el
vientre materno y me llamó por puro favor tuvo a bien revelarme a su Hijo para
que yo lo anunciara...» (Gál 1,15-16). La diferencia que existe entre Pablo y
los demás creyentes que se encuentran con Jesús resucitado es que Pablo se ve
obligado a decirlo para justificar su misión, que no es el caso de los
discípulos. Éstos de una forma sencilla y escueta expresan el acontecimiento de
la resurrección en los primeros momentos y la divulgan por medio de las
confesiones de fe ampliadas en los himnos cristológicos y, más tarde, por las
narraciones sobre la tumba vacía y las apariciones que justifican la afirmación
breve de que Jesús vive. Exponiéndolas podemos acercarnos un poco más a la
naturaleza del suceso de la resurrección y a la experiencia del encuentro con
el Resucitado.
EL TESTIMONIO DE SAN PABLO
Pablo nombra a Pedro y a los Doce, después a Santiago y a
los Apóstoles en la tradición que cita en Corintios (15,3-5). Estas parejas de
nombramientos deslindan a los que acompañaron a Jesús en su ministerio y a los
que se integraron a la fe después de Pascua, pero todos ellos quedan
legitimados para la misión de anunciar la vida de Jesús y su función salvadora
por la resurrección. Pablo y Bernabé extienden el mensaje entre los gentiles,
Pedro y los demás entre los judíos (Gál 2,7.9). Esta división artificial, que
más mira a la progresiva liberación de las tradiciones judías para los paganos
que abrazan la fe, se concreta en el futuro con la primacía de Santiago en la
comunidad de Jerusalén (Gál 2,1-10; Hech 21,17-18) y la de Pedro, poco a poco
para todos, judíos y gentiles(75). De esta forma Pedro sigue siendo el primero
de las listas que legitiman el anuncio de Jesucristo y se incorpora en la
confesión de fe cristiana: «... resucitó al tercer día según las Escrituras y se
apareció a Cefas» (1Cor 15,4-5).
La Resurrección de Jesús según San Pablo
Pablo es el único testigo de la resurrección que escribe
sobre ella. Ha oído de Jesús por sus discípulos según la perspectiva humana:
«... y si un tiempo consideramos a Cristo con criterios humanos, ahora ya no lo
hacemos» (2Cor 5,16); sin embargo presume de que él también lo ha escuchado y
visto y entendido en la nueva situación de resucitado de entre los muertos,
porque «por último se me apareció a mí, que soy como un aborto» (1Cor 15,8; cf.
9,1). Debemos concretar las circunstancias por las que Pablo narra la
experiencia del Resucitado. Éstas son fruto de la necesidad de justificar su
misión entre los paganos, puesta en duda en determinados momentos por algunas
comunidades cristianas. La narración no busca una descripción y análisis de la
identidad del nuevo Jesús resucitado o del hecho y circunstancias de la
resurrección, sino argüir la legitimidad de su espacio evangelizador. En
consecuencia, la exposición es parcial al no referirse a Jesús, sino a los
efectos que se derivan para su vida. Además la cuenta a unos veinte años de
haber sucedido dicho acontecimiento y distinguiéndola muy cuidadosamente de las
visiones y revelaciones que tiene a lo largo de su ministerio (2Cor 11,21;
12,11).
1. Pablo escribe que ha habido un cambio radical en su vida:
«Habéis oído hablar de mi conducta precedente en el judaísmo: violentamente
perseguía a la iglesia de Dios intentando destruirla [...] Las iglesias
cristianas de Judea no me conocían personalmente; sólo habían oído contar: el
que antes nos perseguía ahora anuncia la buena noticia de la fe que entonces
intentaba destruir» (Gál 1,13.22-23). El cambio se debe a una elección al
estilo de Jeremías (Jer 1,5) o del Segundo Isaías (Is 49,1.5-6) y a una
revelación de Dios: «Pero, cuando el que me apartó desde el vientre materno y
me llamó por puro favor tuvo a bien revelarme a su Hijo para que yo lo
anunciara a los paganos» (Gál 1,15-16). La aparición del Resucitado camino de
Damasco (Hch 9,4-5) la entiende como una elección y revelación de Dios, que le
disloca de sus criterios anteriores judíos en el ámbito doctrinal, espiritual y
jurídico. De un fariseísmo radical pasa a la defensa de Cristo que le conduce a
centrar su vida en los «desconocidos» de Dios, como son los paganos.
Algunos judíos convertidos quieren imponer la circuncisión a
los paganos como requisito para pertenecer a la comunidad cristiana, ya que la
circuncisión certifica la elección y alianza del Sinaí y la participación en el
culto. Pablo reacciona contra los judaizantes de Filipos con malas formas como
contra los de Galacia (5,12): «Pero esos que os soliviantan que se mutilen del
todo», «¡Cuidado con los perros, cuidado con los chapuceros, cuidado con los
mutilados!» (Flp 3,2). Y de nuevo, en un versículo antológico, resume su
profunda convicción de que la fe que actúa en la caridad (Gál 5,6), la fe en
Cristo, y no las obras que obedecen a la ley, es la que salva, doctrina
expuesta con amplitud en las cartas a los Gálatas y Romanos: «No contando con
una justicia mía basada en la ley, sino en la fe en Cristo, la justicia que
Dios concede al que cree» (Flp 3,9). Pues bien, su cambio radical, tanto vital
como doctrinal, se debe al encuentro con el Resucitado. De nuevo nada dice del
acontecimiento objetivo de la resurrección, ni siquiera de su experiencia íntima
con el consiguiente movimiento de sentimientos y afectos, sino el porqué de su
transformación personal que apoya en estas afirmaciones básicas: conocimiento
íntimo de Jesús, que llega por medio de su unión a su pasión y muerte, y la
eficacia de la resurrección para alcanzar su resurrección personal: «¡Oh!,
conocerle a él y el poder de su resurrección y la participación en sus
sufrimientos; configurarme con su muerte para ver si alcanzo la resurrección de
la muerte» (Flp 3,10-11). La consecuencia del encuentro personal con Cristo es
lo que le aparta de los criterios de vida fariseos: «Pero lo que para mí era
ganancia lo consideré, por Cristo, pérdida. Más aún, todo lo considero pérdida
comparado con el superior conocimiento de Cristo Jesús, mi Señor; por el cual
doy todo por perdido y lo considero basura con tal de ganarme a Cristo y estar
unido a él» (Flp 3,7-9).
Ahora bien, la experiencia personal de Pablo es real (Gál
1,16), pero no pública en el sentido de que puedan participar otras personas (Hch
9,7). La experiencia le hace creer en Jesús resucitado como Cristo, Mesías, y
le conduce a un acontecimiento que va más allá de lo que implica la experiencia
individual: le introduce en una nueva vida que refleja una nueva era de las
relaciones de Dios con el mundo para bien de éste. Entonces Pablo se pone a
disposición de Dios (1Cor 3,9) para transformar el mundo (Rom 8,19). La
experiencia, aunque sea objetiva, —proviene de fuera de Pablo—, no es
objetivable, es decir, no se puede entender con las solas fuerzas de la razón,
ya que pertenece al ámbito de la fe; ante lo cual, como acto de Dios, sólo se
puede obedecer (1Cor 3,9).
2. Sabemos, pues, que la resurrección transforma a Pablo
radicalmente, de forma que hay una alteración sustancial en su doctrina, en sus
actitudes, en su función con respecto a la Iglesia. Pero observamos, además,
que recurre a su encuentro con el Señor para fundamentar su misión apostólica.
Al invocar su calidad de apóstol, apela a dicha experiencia y ofrece
tangencialmente algunos rasgos de ella: «Pero ¿no soy libre?, ¿no soy apóstol?,
¿no he visto a Jesús Señor nuestro?, ¿no sois vosotros mi tarea al servicio del
Señor? Si para otros no soy apóstol, para vosotros lo soy. El sello de mi
apostolado para el Señor sois vosotros» (1Cor 9,1-2; cf. 15,8-10). Pablo alude
al sentido de la vista con el uso del verbo ver para explicar la revelación que
ha tenido. Las apariciones serán el medio que Jesús usa para mostrarse a los
discípulos, igual que en el AT el Señor se deja ver, se muestra en las
revelaciones a Jacob (Gén 31,13), Moisés (Éx 25,8), Gedeón (Jue 6,26), etc. No
es que le hayan visto, sino que se ha puesto al alcance del horizonte de la
percepción humana. De esta forma se excluye toda posible creación subjetiva en
el que percibe la visión o recibe la revelación. Es lo que da a entender Pablo.
El que Pablo haya visto al Señor tiene una finalidad. No se
trata de una exhibición del triunfo de Dios en Jesús sobre sus enemigos, o una
gracia para su crecimiento espiritual. «Ver al Señor» fundamenta la
justificación y prueba de su apostolicidad, aunque no pertenezca, junto a
Bernabé, al grupo reducido de los Doce, que convivieron con Jesús, fueron
testigos de la resurrección y la comunidad primitiva los integra en los
llamados apóstoles.
3. Pablo, por último, enseña en su misión la doctrina de la
resurrección que coincide con la fe de las comunidades cristianas. Él ofrece
una antigua tradición en la que se difunden las claves fundamentales de la
resurrección elaborada y fijada por los cristianos. El texto se entronca en una
afirmación más amplia: Pablo fundamenta también el Evangelio que enseña en una
tradición que recibe (1Cor 11,23). La fórmula que transmite sobre la
resurrección la conoce seguramente en Damasco o Jerusalén. Después del encuentro
con el Señor, «pasados tres años, subí a Jerusalén para conocer a Cefas y me
quedé quince días con él. De los otros apóstoles no vi más que a Santiago, el
pariente del Señor» (Gál 1,18-19). Poco después escribe que conoce a Juan
(2,9), además de otros cristianos relevantes, como Bernabé y Marcos. Estamos en
torno a los años 34-37 d.C. Pablo no deja de visitar o relacionarse con los
primeros testigos de la resurrección de la comunidad de Jerusalén.
Todo ello lleva a la convicción de que la experiencia de
Pablo está en sintonía con las apariciones y doctrina de la resurrección de la
primera comunidad de Jerusalén: «Lo mismo yo que ellos, esto es lo que
proclamamos y lo que habéis creído» (1Cor 15,11). No es, pues, ningún invento o
elaboración personal ni el evangelio que predica ni la resurrección en la que
cree. Como introducción a la resurrección de los cristianos, que se funda en la
de Jesús (1Cor 15,1-34), y a la descripción de la forma de la resurrección
(15,35-53), escribe: «Ante todo, yo os transmití lo que había recibido: que
Cristo murió por nuestros pecados según las Escrituras, que fue sepultado y
resucitó al tercer día según las Escrituras, que se apareció a Cefas y después
a los Doce» (15,3-5).
Lo primero que se deduce es que el anuncio que hace está en
el límite de los sucesos históricos, aunque sea una fórmula muy elaborada y
extendida en casi todas las comunidades. La fórmula contiene tres hechos: la
muerte, la resurrección y la aparición; a lo que se une su sentido con tres
fórmulas que lo interpretan: por nuestros pecados, según las Escrituras y al
tercer día. Los cristianos identifican a Jesús crucificado y resucitado con
Cristo, el Mesías esperado por Israel; es una identidad que las comunidades
acuñan muy pronto en contra del judaísmo tradicional, e inmediatamente realizan
una reducción cristológica de todos los acontecimientos salvadores hechos o
prometidos por Dios. Por eso no se realza la figura histórica de Jesús, sino la
función que entraña desde la perspectiva divina. Así él «murió por nuestros
pecados según las Escrituras», es decir, en lugar de los pecados humanos que
hubieran merecido la muerte de los pecadores. Su muerte, por consiguiente,
sustituye a la de los hombres. Lo observamos con relación a la Última Cena. En
ella se afirma el carácter salvador de la muerte de Cristo en beneficio de los
hombres, como Pablo lo destaca en la frase pronunciada sobre el pan: «Esto es
mi cuerpo que se entrega por vosotros» (1Cor 11,24) y Marcos sobre el vino:
«Ésta es la sangre mía de la alianza, que se derrama por todos» (Mc 14,24). La
entrega de Jesús hasta la muerte se hace en el contexto de su pasión y según la
voluntad de Dios para beneficio de todos. Quedan, pues, en penumbra las causas
históricas de la muerte y las que mediaron para llevar a Jesús a la cruz,
ciertamente pecaminosas.
La sepultura se trae a colación por su importancia para la
comunidad de Jerusalén, que es la que verdaderamente puede venerarla al estilo
de la costumbre y piedad judía. Sin embargo, para Pablo no es una cuestión
histórica, sino teológica, como es el enfoque de todo el párrafo. Pablo
relaciona la vida cristiana con Cristo: «... en ser sepultados con él en el
bautismo y en resucitar con él por la fe en el poder de Dios, que lo resucitó a
él de la muerte» (Col 2,12). El bautismo manifiesta la sepultura de los
cristianos a los pecados como la sepultura de Cristo; la resurrección a una
vida nueva es la que Dios concede a Jesús: «¿No sabéis que cuantos nos
bautizamos consagrándonos al Mesías Jesús nos sumergimos en su muerte? Por el
bautismo nos sepultamos con él en la muerte, para vivir una vida nueva, lo
mismo que Cristo resucitó de la muerte por la acción gloriosa del Padre» (Rm
6,3-4).
La tercera afirmación refiere que «resucitó al tercer día
según las Escrituras». La noticia se relaciona con el relato de Mc 16,1-8,
cuando las mujeres van al lugar de la sepultura el primer día de la semana.
Allí se encuentran la piedra corrida y al ángel que les comunica la noticia de
la resurrección. Corresponde al tercer día después de su muerte en la cruz,
suponiendo que es el domingo cuando Dios actúa, pues no se sabe con exactitud
el momento de la resurrección. No hay testigos ni noticia alguna al respecto.
Marcos lo repite varias veces, pero Pablo no se hace eco en sus escritos del
párrafo evangélico. Con todo, la coletilla «según las Escrituras» puede
referirse a que los acontecimientos de la pasión, muerte y resurrección están
bajo la voluntad divina y obedecen a un plan trazado por Dios para salvar al
hombre. «Al tercer día» puede ser una cuestión teológica como es la opinión que
entraña la tradición que refleja el escrito de Pablo significando una actuación
pronta y eficaz de Dios sobre el cadáver. El sentido común dicta que simboliza
un tiempo relativamente corto, o breve, o pequeño, el que tarda en comenzar a
descomponerse el cuerpo y, por consiguiente, aún permanece «vivo» el rostro del
difunto.
Por último, la tradición que recoge Pablo avala
que Jesús se aparece o se impone como una realidad evidente a una serie de
creyentes, manteniendo un orden jerárquico vivido y respetado en Jerusalén. Se
excluye a las mujeres, tan presentes en los evangelios. Estas apariciones las
confirman los discursos de Pedro que escribe Lucas: «Nosotros somos testigos de
todo lo que hizo en Judea y Jerusalén. Le dieron muerte colgándolo de un
madero. Pero Dios lo resucitó al tercer día e hizo que se apareciese, no a todo
el pueblo, sino a los testigos designados de antemano por Dios: a nosotros que
comimos y bebimos con él después de resucitar de la muerte» (Hch 10,40-41). Los
testigos son el mismo Pedro, los Doce, el grupo más próximo a Jesús en su
ministerio en Palestina y cuya presencia va desapareciendo en el NT. Los
quinientos hermanos es un número grande para esta experiencia singular. Pero
Pablo garantiza el dato de que algunos han muerto ya y otros están vivos, los
cuales lo pueden confirmar en el tiempo que escribe la carta. Llama la atención
la aparición a Santiago, el hermano del Señor, presentado como testigo del
núcleo central de la fe cristiana y valedor de la vida y mensaje de Jesús.
Decimos esto porque en la vida de Jesús se sabe de cierto rechazo de su familia
(Mc 3,21; Jn 7,5). Lo cierto es que Santiago se convierte en uno de los pilares
de la comunidad de Jerusalén junto a Pedro y Juan (Gál 2,9), aunque no se le
nombre en el grupo privilegiado de los Doce y de los apóstoles. Entre los
apóstoles se encuentra Pablo; es el «último» como testigo de la resurrección,
pero autorizado para proclamar la buena nueva y fundar comunidades; ciertamente
distinto a los Doce porque Pablo ha sido llamado por Jesús resucitado: “Les he
transmitido en primer lugar, lo que yo mismo recibí: Cristo murió por nuestros
pecados, conforme a la Escritura. Fue sepultado y resucitó al tercer día, de
acuerdo con la Escritura. Se apareció a Pedro y después a los doce. Luego se
apareció a más de quinientos hermanos al mismo tiempo, la mayor parte de los cuales
vive aún, y algunos han muerto. Además, se apareció a Santiago y a todos los
Apóstoles. Por último, se me apareció también a mí, que soy como el fruto de un
aborto. Porque yo soy el último de los Apóstoles, y ni siquiera merezco ser
llamado Apóstol, ya que he perseguido a la Iglesia de Dios. Pero por la gracia
de Dios soy lo que soy, y su gracia no fue estéril en mí, sino que yo he
trabajado más que todos ellos, aunque no he sido yo, sino la gracia de Dios que
está conmigo. En resumen, tanto ellos como yo, predicamos lo mismo, y esto es
lo que ustedes han creído” (1 Cor 15,3-11): Isaías 53, 5-12; Oseas 6, 2; Salmo 16, 10;
Lucas 24, 46; 24, 34; Mateo 28, 16-17; Marcos 16, 14 Lucas 24, 36;
Juan 20, 19; Hechos 8, 3; 9, 3-6; 22, 4-5; 22, 6-8; 26, 9-11; 26,
13-18 1 Cor 15, 9; Gálatas 1, 13; 1, 16 Filipenses 3, 6; 1 Timoteo 1, 13; Hechos 8, 3; Hechos 9, 3-6; 22, 4-5; 22, 6-8; 26, 9-11;
26, 13-18; 1 Corintios 15, 8; Gálatas 1,
13. 16; Filipenses 3, 6; 1 Timoteo 1, 13.